domingo, 20 de abril de 2008

Minerva quiere dormir

No, no puede ser; se levantó pensando Minerva de nuevo, había soñado otra vez con él, era extraño, Minerva siempre había soñado con gente que nunca había conocido, era normal para ella tener estos sueños extraños, pero ésta vez era diferente, él la miraba a los ojos, nadie nunca antes la había mirado así, ni en sueños ni en la vida real. Era la cuarta vez que soñaba con él, le gustaba nombrarlo “el niño de la mirada vacía”, tenía una mirada muy parecida a la de Minerva; desde muy pequeña le habían dicho que tenía una mirada muy triste, no distaba mucho de la realidad en sí.

Minerva alzó la mirada; era tarde otra vez, siempre le ocurría lo mismo, en la escuela habían llamado ya a sus padres por la cantidad de tardanzas acumuladas, lo más gracioso es que no eran porque se levantase tarde, ella era muy madrugadora su reloj corporal le avisaba automáticamente que tenía que estar despierta a las 5 de la mañana, claro está si es que lograba conciliar el sueño, ella se hacía tarde porque apenas abría los ojos su cerebro comenzaba a pensar hasta en el porque las polillas son tan grises y las mariposas tan llenas de color, y cosas así; cuando al fin podía vencer a su cerebro en su preguntas cotidianas, llegaba la peor parte del día: pararse frente a un espejo, eso le llevaba más tiempo aún.

De pequeña siempre había sido un poco vanidosa le gustaba ponerse el maquillaje de su mamá, pararse frente al espejo y pensar que era Audrey Hepburn. En ese entonces se creía la niña más linda del mundo; eran días felices para ella, días en los que no tenía que luchar contra sus peores enemigos, el espejo y ella misma.

“Minerva, te lo digo por enésima vez, tu padre te espera en el auto…”, era el grito perpetuo de la madre de Minerva, ella como siempre estaba siendo atacada por la persona detrás del espejo, era como pararse frente a un pelotón y esperar a que dispararan contra ella; cuantas veces había tenido ganas de golpearlo.

A Minerva le encantaba estar en el auto, mirando a través de la ventana las expresiones de las personas, mientras escuchaba una buena canción, tal vez le gustaba tanto porque era uno de esos pocos momentos en que se desconectaba de su propia mente, por eso odiaba tanto que su papá le fuera contando camino a la escuela sobre las noticias del día, pero no podía evadir a su papá, ese buen hombre que tomaba la vida siempre a la ligera, Minerva lo admiraba por eso, a ella le hubiera encantado ser de esas persona que no se preocupan por nada. Minerva era todo lo contrario, ella se preocupaba hasta cuando no había nada de que preocuparse, ella pensaba que era genético, su madre y hermana eran iguales.

Minerva odiaba las formaciones de su escuela, trataba de esquivarlas como sea, claro las veces que llegaba a tiempo; un día decía que tenia gripe, que le dolía el estómago, que tenia cólicos menstruales, u otras tantas se escondía en el baño; odiaba los sermones cucufatos de los curas y monjas del colegio, odiaba ver a todos bien peinados a esa hora de la mañana, odiaba cargar su mochila media hora parada, odiaba que siempre les dijeran a los de ultimo año, precisamente eso; que era su ultimo año, como si no lo supieran ya.

Una clase más, un día más, a Minerva le parecía tan gracioso como hacían planes de fin de semana cuando era lunes, y pensaba que su único plan era echarse a su cama a leer a Borges, o escuchar música y tocar el viejo piano de su abuelo; no la malinterpreten, a Minerva le gustaba salir, pues si se quedaba en su casa echada en su cama, volvía la mente, volvía el espejo; pero es que no habían muchos lugares a donde ir en realidad, sitios que le gustasen, no le gustaba mucho bailar, y cuando tomaba, las pocas veces que lo hizo, no se emborrachaba, así que no le encontraba ninguna gracia; pero sobretodo no tenia muchos amigos con los cuales salir, tenia dos mejores y únicos amigos, a los que en verdad podía llamar amigos: Diana y Alfredo; Alfie para los amigos, aunque nunca le gustó que lo llamasen así.

Diana era hija de una familia extremadamente católica que sábados y domingos los dedicaban a alabar a Dios, por lo tanto con Diana no se podía contar mucho los fines de semana. Minerva reía al imaginar como sería si los padres de Diana se enteraran que ella era agnóstica. Alfredo que había sido un chico muy tímido toda su vida, había conseguido una enamorada, Minerva y Diana no se explicaban cómo, ya que a las únicas mujeres que él se atrevía a hablarles eran a su mamá y a ellas. A Minerva le daba un poco de celos esa chica, pero no porque sintiese algo más que un sentimiento de amistad por Alfie, sino porque le había quitado al compañero de películas de cada fin de semana, y la había dejado sola con su mente y con su espejo.

Era tan gracioso ver a Alfie con su enamorada, tan apachurrados y dándose besitos y besotes en cada esquina, a Diana y a Minerva les daba náuseas. Diana nunca había tenido un enamorado fijo, era de esas chicas que no querían comprometerse, varios chicos se habían enamorado de ella, era una chica muy simpática e inteligente, pero ella no quería relaciones sentimentales, decía que eran un problema y que no quería mas problemas en su vida, pero eso si tenia muchos amantes; Minerva tenía tanta envidia de ella, y no era que Minerva no fuera agraciada, si lo era, claro, ella nunca se dio cuenta, tenía envidia porque Diana no buscaba encontrar respuestas, y porque no le importaba no saberlas, ella solo vivía, y nunca le importó , al menos eso aparentaba, saber que es amar.

Minerva nunca se había enamorado, tampoco nunca tuvo nada serio con nadie. Diana le presentaba muchos chicos, Minerva hablaba con ellos, y ellos decían mucho pero a la vez nada; a Minerva no les gustaba sus miradas, tenían la mirada de pensar que lo saben todo.

Minerva ponía mucho énfasis en las miradas, sobretodo desde que empezó a soñar con el “niño de la mirada vacía”; buscaba por todas partes una mirada igual, una mirada que dijera: “No sé nada, y no sé si quiero saber”, Diana le decía: “Es solo un sueño, uno más de tus raros sueños; por eso yo no sueño para no obsesionarme con ellos”. Alfie, que era muy romántico, le decía que si le hacía bien buscarlo lo siga haciendo, él la ayudaría; cuando Alfie dijo eso, Minerva recordó la etapa en que Alfie se enamoró de ella, Diana le decía que él aún lo estaba, y que estaba con Carolina; así se llamaba su enamorada, sólo para olvidarla, pero Minerva sabía que no era así, lo veía en la mirada de Alfie, el se había dado cuenta que el amor que él sentía por ella lo iba a sentir toda la vida, sí, pero era un amor protector, un amor que Minerva no podía explicar, pues ella no había experimentado ese sentimiento, pero sabía que Alfie había logrado entenderlo y superarlo.

Minerva pasó la noche recordando lo último que dijo Alfie; “Si te hace bien buscarlo, síguelo haciendo”; ella no sabia si le hacía bien buscarlo, pues en si no lo había buscado, no fue de calle en calle y de plaza en plaza viendo las expresiones de la gente; ¿o si?; Oh, por Dios, pensó ella, lo había hecho toda su vida, lo había estado buscando toda su vida.

¿Cómo es que no se dio cuenta que buscaba algo, acaso inconscientemente ella sabía que tenía que buscarlo, acaso ella sabía que existía? Un momento, ¿existía?, y si sólo era una invención de su subconsciente que se manifestó en un sueño, ¡ja!; Minerva soltó una carcajada, estaba hablando como un psicólogo, esos seres que ella tanto odió desde su infancia.

El primer psicólogo que Minerva visitó fue a los 5 años, la llevaron porque no quería jugar con sus juguetes sino con sus “amigos”, amigos imaginarios que para ella fueron más reales que cualquier otra persona, en realidad es normal a esa edad, pero la verdadera preocupación de la madre de Minerva era que ella cogía los juguetes los miraba, los rompía y los botaba, y eso para la madre de Minerva era desperdiciar dinero ¡y eso nunca!, así que prefirió gastar ese dinero en una psicóloga que lo único que hizo es aburrir a Minerva haciéndola dibujar y pintar, cosa que Minerva odiaba desde pequeña. Así pasó por el consultorio de varios psicólogos, porque era muy tímida y no hacía amigos, porque era muy callada, porque hablaba sola, porque paraba horas encerrada en su cuarto, porque era hipocondríaca, porque era insomne, porque no tenía autoestima, etc.; y todos le decían lo que ella ya sabía, por eso muchas veces pensó en estudiar psicología, lo único que tenía que hacer es decirle a la gente lo que ya sabía y quería oír y ganaba dinero, fácil, pensaba ella, pero deshecho esa opción al pensar en que aburrido sería repetir respuestas y en cuánta gente la odiaría y aborrecería como ella aborrecía a los suyos.

Ese día como muchos otros, no durmió, pensando en miradas vacías, psicólogos y búsquedas. Su cuerpo ya estaba acostumbrado a no dormir, mucha gente cuando no duerme se siente cansada y se queda dormida en clase o en el trabajo, pero Minerva no, Minerva seguía su día a día normalmente; hubo ocasiones en que Minerva no pegó el ojo en 48 horas seguidas, y semanas enteras sin dormir en la noche; era Minerva la de las ojeras eternas.

Otra vez levantarse, mirarse al maldito espejo, pelear con él, lamentar nuevamente el triunfo del oponente, desayunar rápidamente, dos tostadas con mermelada y jugo de naranja, y subirse al auto a mirar las expresiones de la gente; era increíble, lo había hecho toda la vida, y nunca se había puesto a pensar que eso era una búsqueda, se sentía bien, una vez leyó que la felicidad era buscarla más que encontrarla, les daba un sentido a la vida de las personas, ella por primera vez sentía eso, sentía que quería vivir más sólo para buscar.

Bajó del auto, ese día llegó temprano, así que lamentablemente tendría que formarse. La monja subió al estrado y comenzó el ritual: persignarse, rezar un padrenuestro y diez avemarías, leer la Biblia, y por supuesto el infaltable sermón, ese día hablaron del amor, increíblemente Minerva prestó atención, cuando hablaban de ese tema los sentidos de Minerva se agudizaban, Minerva sentía lástima de ella misma parecía una más de las muchachas de su clase que andaban suspirando por los pasillos y que cada vez que hablaban de ese tema hacían miles de preguntas, ¿cómo saber si él me ama, miss? ó ¿será amor lo que siento, sister?; pero Minerva no quería hacer esas preguntas, Minerva sólo quería saber ¿Qué era amor? Diana decía que el amor era una mierda, que al final de cuentas lo único que te hace es sufrir. Minerva le refutaba y le decía que como sabía si ella nunca se había enamorado, Diana respondía con un “simplemente lo sé”; Alfie decía que amar era como estar drogado, a Minerva le parecía mucho más gracioso eso ya que Alfie ni siquiera había probado un cigarro y mucho menos iba a saber lo que era estar drogado, en fin Alfie afirmaba eso porque el decía que cuando lo pruebas quieres más y cuando no lo tienes sufres, o algo por el estilo, cosas que Alfie siempre decía con voz de locutor de una radio de corte romántico y hablando del amar y no ser correspondido.

La monja comenzó su sermón diciendo Dios es amor, cosa que Minerva había escuchado en toda su vida escolar. Minerva no era agnóstica como Diana, ella si creía en Dios y lo admiraba bastante, pero no creía en el Dios que le pintaban las monjas.

“Dios es amor, y los seres vivos somos una expresión de su amor”, esa frase retumbó en la cabeza de Minerva todo el día y por supuesto también la noche, si Dios es amor y nosotros somos una expresión de eso, ¿ cómo es que yo no sé que es amor? Se preguntaba Minerva, ¿puede un médico hacer una operación y no saber que es un bisturí? ¿Puede un pintor hacer una obra de arte y no saber que es un lienzo? ¿Puede un ser humano no saber que es amor? Otra noche sin dormir.

Hola espejo, hola maldito espejo, ¿qué quieres hoy?, ¿qué vienes a decirme? Que soy fea, que soy gorda, que no tengo aquí, que me sobra acá, te has dado cuenta que siempre me dices lo mismo, y con decirme lo mismo a pesar de mis gloriosas argumentaciones siempre terminas ganando. ¿Cómo lo haces?… ¿Qué? ¿Qué cosa dices? No, eso no lo permitiré, dices que nunca nadie me va amar. No, mis padres me aman, como que no cuenta, ¿quién eres para decirme que no cuenta? No te oigo, no te oigo, ¡cállate!...

Minerva está sangrando, tiene un pedazo de vidrio incrustado en la mano derecha, parece algo profundo; las gotas caen en el asiento trasero del auto, Minerva siente algo de dolor, pero se opaca con los gritos de su madre, ¿pero en qué estabas pensando?, Tu siempre despistada, tienes que fijarte por donde caminas; ¿estás segura que te caíste y no fue a propósito? Pregunta el padre de Minerva, si papá solo me caí , me tropecé y caía encima del espejo; Minerva pensaba en lo absurdo de su argumento, ¿quién se puede creer que alguien se tropieza y cae solo con su mano derecha encima de un espejo? No importaba con tal de que sus padres se lo creyesen y no la mandaran de nuevo donde otro psicólogo.

Sólo te va a doler un poco, le dice el joven y apuesto doctor que la atiende. Minerva piensa que debería romper espejos más seguido si doctores así la van a atender.

No, no le dolió un poco, le dolió todo, menos un poco, pero no iba a llorar no en frente del apuesto doctor, Minerva no quería que él pensara que era una cobarde; “Bien ahora a suturar”, durante la sutura Minerva se concentró para variar en la mirada del apuesto doctor, era una mirada de satisfacción, de pasión por lo que estaba haciendo. Minerva pensó… No, no, Minerva no pudo pensar en ese momento, algo la distrajo, algo lo suficientemente importante para hacerla dejar de pensar.

Era él, era definitivamente él, “el niño de la mirada vacía”, esa mirada la podía reconocer a kilómetros de distancia, estaba sangrando, tenía una herida en la cabeza, lo sentaron en la camilla junto a la de Minerva, el corazón de Minerva nunca latió tan rápido, era extraño que el día que ella se corta la mano él se rompe la cabeza, los dos sangrando, los dos sentados en una camilla, los dos en el mismo hospital, sí, en el mismo lugar, Minerva no lo podía creer, ni siquiera había buscado lo suficiente; basta, no es momento de pensar, se dijo Minerva, tenía que hablarle, tenía que decirle algo, pero no podía, estaba paralizada ¿qué le iba a decir? “Hola, he soñado contigo muchas veces, ¿no es gracioso que estemos aquí sangrando?”, él iba a pensar que ella estaba loca; pero ¿y si él había soñado lo mismo?, y ¿si él estaba luchando consigo mismo para poder hablarle? Minerva rió, él ni siquiera había volteado a mirarla.

El doctor apuesto le dijo algo así como voy a traer más gasa, Minerva no escuchó bien, había dejado de lado al doctor apuesto por el “niño de la mirada vacía”, hasta que volteó, y si, la miró, ella no sabía si mirarlo, pues no podía contenerse pero a la vez estaba sonrojada, pensó por qué me pasa esto a mí, ni siquiera lo conozco, pero él seguía mirándola; ¿estaría pensando lo mismo que ella?.

El doctor del “niño de la mirada vacía” lo dejó solo también, fue llamado para una emergencia, se quedaron solos los dos, en ese cuarto con cuatro pequeñas camillas y solo tres ocupadas, ellos dos, más un pequeño niño que se había roto el mentón.

Era la oportunidad perfecta, Minerva tenía que hablarle, ¿pero cómo?, regresó la tímida y callada Minerva de la infancia, justo en ese momento, qué inoportuna; “¿te dolió mucho?”, Minerva escuchó que alguien le preguntaba, era él, hablándole, sí a ella; “no mucho”, le respondió ella, “¿Qué te pasó?”, Minerva estaba tan orgullosa de sí misma, había logrado preguntarle algo, “me caí de las escaleras ¿y a ti?”, “me tropecé y caí sobre un espejo”, mientras decía eso Minerva pensaba en quién más podría creerse esa estupidez, él sonrió, Minerva sabía que esa sonrisa significaba que él sabía lo que en realidad había pasado, pero ella no sintió vergüenza, sintió un alivio al saber que “el niño de la mirada vacía” no era un idiota que pudiese creer ese absurdo cuento.

“Lo rompí, no aguanté”, Minerva no sabía porque le estaba contando eso a alguien que acababa de conocer, pero no importaba, la mirada de él, le daba confianza, “A veces es necesario tomar medidas drásticas, el espejo te buscó, y te encontró, tal vez ya aprendió a no meterse contigo”, cuando el “niño de la mirada vacía” terminó de decir eso, vino su doctor y le dijo que lo llevaría a otro cuarto para suturarlo, él volteó hacia Minerva y le regaló una pequeña sonrisa, pero no cualquier sonrisa, era una sonrisa que significaba para Minerva “yo también soñé contigo”, y el “niño de la mirada vacía” de pronto se convirtió en el “hombre de la sonrisa eterna”.

Cuando Minerva llegó a su casa, lo primero que hizo fue ir a ver a su espejo roto, así, parecía tan indefenso, tan normal, “Gracias”, soltó Minerva, Minerva no odiaba más a su espejo, incluso llegó a pensar que el espejo lo sabía todo, que el espejo sabía que ella lo rompería e iría a parar en el mismo hospital que su “niño…”, perdón “hombre de la sonrisa eterna”, Minerva abrazó a su espejo, sí, el mismo que la había hecho sufrir tanto tiempo, nunca lo botó, lo conservó, así rotó, para Minerva significaba el fin de la Minerva indefensa, y el comienzo de la Minerva fuerte; esa noche Minerva durmió.

Minerva lo buscó toda su vida, buscó esa mirada, buscó esa sonrisa, al principio estuvo enojada con ella misma por no haber podido hablarle más e incluso saber su nombre, pero luego entendió que de haber sido así, nunca hubiera seguido buscando, y por lo tanto su vida hubiera sido como siempre fue, solo mirar a la gente pasar.
Ella lo idealizó, le creo una personalidad, le creo una vida, y hasta una vida junto a ella, se enamoró de esa persona que ella había creado; a veces se ponía a pensar que lo más probable era que su “hombre de la sonrisa eterna” fuera muy diferente al que ella había creado, entonces pensaba que era mejor tener la imagen del que ella quería.

Minerva se enamoró de varios hombres en toda su vida, a pesar de que muchos no tenían esa mirada, ni esa sonrisa, pero nunca dejo de amar al verdadero, al que estaba en sus sueños, al que ella incluso le hablaba cada noche, pensando que él la escuchaba.

En su cabeza retumbaron las palabras que él le dijo, toda su vida, “A veces es necesario tomar medidas drásticas, el espejo te buscó, y te encontró, tal vez ya aprendió a no meterse contigo”, las analizó miles de veces y hasta llegó a escribir un libro, y se dio cuenta que él en esas pocas palabras había resumido lo que para ella era la incógnita perpetua; ¿Qué es el amor?; era eso, una búsqueda, una búsqueda de esa mirada, de esa sonrisa, pero sobretodo de ella misma. Ella se encontró el día que lo encontró a él, y supo que nunca había sabido que era amar antes, porque nunca supo quien era ella.

A esto Diana le respondía con un “son tonterías, Uds. dos son un par de sentimentales”, refiriéndose a Alfie y a ella, con lo que Alfie le argumentó mucho mejor de lo que hubiera hecho Minerva, “El amor es lo que uno quiere que sea, para ti Diana, es una mierda, para mi es una droga, para Minerva es una búsqueda, el amor es la palabra que más criterio relativo tiene en el mundo” .

Y así, mierdas, drogas o búsquedas, Minerva había resuelto el enigma, el amor es algo adherido a las personas, el amor es lo que las personas son, pero para ella siempre sería una búsqueda.

Con lo que Alfie, que se volvió un reconocido compositor, solía bromearle:

Minerva quiere dormir
Minerva quiere soñar
Minerva quiere buscar
Minerva quiere amar.











3 comentarios:

zeta dijo...

I love Minerva...

neks dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
neks dijo...

Minerva quiero verte dormir
Minerva quiero soñarte
Minerva quiero buscarte
Minerva quiero amarte.